29 June 2021  /  María Arévalo

Seguramente, en algún momento, hemos visto pasarlo mal a alguien que queremos y nuestro único objetivo ha sido aliviar su dolor (miedo, ansiedad, rabia, preocupación, etc.), pero ¿Realmente sabemos hacerlo?

Aquí hay que desarrollar una postura realista. El objetivo NO es eliminar el sufrimiento, ya que eso no está a nuestro alcance, pero sí es importante que quede clara NUESTRA INTENCIÓN, que es la de demostrar apoyo, acompañar, estar presente, y que la persona sienta que estamos ahí. En definitiva, ser el REFUGIO que esa persona ELIJA cuando se encuentre mal. Conseguir esto no es fácil.

Para que la ayuda sea efectiva, es necesario tener en cuenta algunos aspectos:

  1. Aportar seguridad y estabilidad: esto se consigue facilitando el diálogo y el desahogo emocional. La comprensión, el no juzgar, “no cortar/ interrumpir” y “saber estar” sin invadir ni cuestionar lo que la persona dice, es decisivo para que la otra persona nos sienta cerca.
  2. Ayudar sin contagiarnos emocionalmente: Cuando estamos mal nos dominan los sentimientos, por eso, es importante que la persona que ayuda empatice con la persona, pero no hasta el punto de sufrir el mismo desbordamiento que la persona protagonista.

La razón es importante en la búsqueda de soluciones. Por ello, es importante conseguir la serenidad (equilibrio entre lo que sentimos y lo que pensamos).

  1. Acompañar emocionalmente no es resolver los problemas de la otra persona. Significa ser su apoyo pero que sea la persona la que toma decisiones y la que actúa.

El camino empiezan a andarlo cogidos de la mano, pero deben continuarlo solos (tienen que demostrarse que son capaces de lidiar con las dificultades).

  1. En ese momento, es aconsejable pensar en esa persona y no en nosotros. Cuando digo “pensar en esa persona” me refiero a lo que necesita en ese momento. ¡OJO!: NO lo que nosotros creemos que necesita, o lo que necesitaríamos nosotros si estuviéramos en su lugar, sino lo que realmente necesita esa persona.

 

Ej: unos necesitan hablar; otros estar solos; otros sentir la presencia de alguien que sabe que no le va a soltar la mano (coger la mano, un abrazo, una palabra, etc.); otros hablar cuando están preparados.

Ej: Unos necesitan que le pregunten, otros que simplemente les digan “Estoy aquí”

 

Aunque sepamos lo que la persona suele necesitar, no estaría mal que preguntáramos para asegurarnos y no equivocarnos ¿Quieres que me quede contigo o necesitas estar solo?; ¿Quieres hablar o necesitas tu espacio?

 

IMPORTANTE: 

  • No sentir miedo ni sentirse incómodo ante la formulación de dichas preguntas porque van a servir de guía acerca de cuál es el camino que tenemos que seguir.
  • Estar preparado para encajar lo que la persona necesite. Si necesita soledad hay que dársela, aunque no lo veamos conveniente en ese momento.

 

  1. No llevar la conversación a tu experiencia personal ni a temas ajenos a la preocupación principal. Ante el malestar que supone ver sufrir a alguien intentamos quitar “hierro” a la situación llevándonos la conversación a situaciones similares que hemos vivido, Ej: “A mí me ha pasado lo mismo… y lo que tienes que hacer es…”; “Mírame a mi” “Mira al vecino…”, o bien hablando de temas que no están directamente relacionados con el problema con el objetivo de que la persona se “distraiga”. Es importante centrarse en los sentimientos y circunstancias concretas de la persona, no personalizar.

Si caemos en ese error, estamos:

  • Desviando el foco del problema y por tanto la solución.
  • Corremos el riesgo de que la persona no se sienta entendida y aparezcan sentimientos de soledad, al no darle importancia a lo que le está haciendo sufrir.