9 November 2021  /  María Arévalo

¿Has tenido alguna época en la que has sentido que no puedes más? ¿Qué tienes la piel llena de espinas y lo único que has deseado es escapar lejos donde nadie pudiera encontrarte, y que ese dolor desapareciera…?

Aunque parezca demasiado dramático y exagerado, esta sensación es más frecuente de lo que pensáis.

¿En qué consiste esa sensación?

  • La persona se siente desbordada, quemada, agotada. Ha tocado fondo.
  • La sensación de angustia y de malestar es constante, día tras día. 
  • Ese malestar continuo termina condicionando su vida. Ha dejado de ser él o ella porque: 
  • Actúa por inercia.
  • No tiene motivación por nada, le cuesta experimentar la alegría, la felicidad.
  • Cumple con sus responsabilidades (trabajo, casa, hijos, compromisos sociales, familiares, laborales, etc.) porque es lo que debe hacer, pero sin ilusión. 

Tras un tiempo así, la persona siente que “no puede” y que el esfuerzo que tiene que emplear para seguir funcionando con relativa “normalidad” es brutal. Cada vez se percibe con menos fuerza, todo se le hace un mundo, ya que tiene que aparentar una normalidad que ni existe ni siente. Imagina tener que sonreír cuando lo único que quieres es llorar; o tener que acudir a compromisos familiares y sociales en los que debes mostrar tu mejor cara (una actitud positiva y equilibrada) cuando lo único que quieres es estar solo. En estos casos, se está reprimiendo lo que realmente se está sintiendo. 

Esta forma de actuar, mantenida en el tiempo, genera un desgaste a nivel psicológico que conlleva:

  • Mayor malestar del que ya existe (la tristeza se mezcla con la preocupación, el miedo, la culpa, la impotencia, rabia, enfado con uno mismo por no cortar esa situación, etc.)
  • Sensación de que todo va cada vez peor. Cada paso que hay que dar y cada decisión que hay que tomar se convierte en una duda, y cuando por fin se actúa, las equivocaciones son frecuentes. Esto ocurre porque la mente deja de ver las cosas con claridad, y no valora correctamente los pros y los contras de la situación.
  • Se generan brechas con el entorno, ya que el carácter y el estado de ánimo cambia. Ante la sensación de incontrolabilidad del malestar, la persona se vuelve arisca e insoportable, apareciendo comentarios inapropiados y malas contestaciones. El entorno lo capta haciendo comentarios del tipo “no hay quien te aguante”, “estás amargado”, “ya no eres el mismo de antes”, etc. 

Estas palabras por parte del entorno, lejos de ayudar, aumentan el malestar haciendo que la persona se sienta peor de lo que ya está y toque todavía más fondo. (sentimiento de culpa)

 

Mi pregunta es: ¿Creéis que la persona se siente cómoda en ese punto? Creedme que no, ella mejor que nadie 1) sabe que no es la misma y eso es lo que más sufrimiento genera, sumado a la 2) incapacidad de dar respuesta a esa situación porque el malestar se vuelve incontrolable, la desborda y se apodera de ella. Ante esto se aconseja (PARA EL ENTORNO CERCANO): tener paciencia, respetar los tiempos de cada persona y no realizar comentarios culpabilizadores. 

 

 “Ninguna persona puede ver y comprender en otros lo que ella misma no ha vivido”.

-Herman Hesse-

 

Llegados a este punto, es evidente que la persona lo único que quiere es huir y alejarse de todo aquello que aumente su dolor (tener que aparentar algo que no siente, observación y actitud crítica por parte del entorno, comentarios culpabilizadores, etc.). Incluso podríamos pensar que sería conveniente que la persona se tomara un tiempo para coger fuerzas y mejorar, pero ¿Sería, la evitación, una estrategia beneficiosa?

La persona que se encuentra en esta situación, percibe el marcar distancia con los demás, no como una opción sino como una necesidad. Es la única solución que ve. 

Cuando la persona se aísla lo hace con el objetivo de “reducir su dolor”. A corto plazo, puede parecer beneficioso porque efectivamente “el dolor se atenúa”, pero a largo plazo, se agravan los síntomas, ya que la persona lo único que está haciendo es alejarse de lo que siente, no conecta con sus emociones, lo cual impide encontrar la solución (las emociones guían el camino y si no las escuchamos será difícil salir de donde estamos). 

La EVITACIÓN de todos y de todo, se convierte en una forma de AUTOSABOTAJE, tal y como han puesto de manifiesto numerosas investigaciones. El problema es que desde que somos pequeños nos educan para buscar la felicidad y evitar el dolor. En el fondo no nos enseñan a vivir el dolor, a sentirlo ni a aprender de él, a lo que nos enseñan es a no mostrar emociones, a mantener la compostura delante de los demás. Por eso, ante el dolor se quiere huir y que pase lo más rápido posible.

Si la persona tiene la piel llena de espinas y lo único que quiere es alejarse, pero ese distanciamiento le perjudica ¿Qué se puede hacer entonces? 

Aunque pueda parecer incongruente, cuando nadie te puede tocar porque tienes la piel llena de espinas es cuando más necesitas que te quieran, que te abracen, que te escuchen, que sientas cerca a las personas que quieres. Muchas veces no es necesario decir nada, basta con coger la mano de alguien y apretarla para que sienta que no está solo.

“Cuando la mente te dice para, el cuerpo todavía puede continuar” (Frase de un paciente mío)

[Esta frase refleja la importancia de no tirar la toalla, y sobre todo la importancia de desafiar a nuestra mente. Esa mente que en momentos de dolor te dice que “no puedes” y que resulta imposible continuar porque faltan las fuerzas. En esos momentos es en los que más hay que persistir.]

Para salir de este estado es muy importante compartir ese dolor, expresarlo, ya que el dolor compartido es menos dolor.

Hay personas que se sienten solas por no tener a nadie en su círculo cercano con quien poder expresarse o hablar abiertamente de su dolor. Cuando hablaba de la importancia de compartir y de que te escuchen, no me refería solamente a alguien de vuestro entorno, este lugar también puede ocuparlo un profesional, quien se convierte en la persona que sostiene tu malestar emocional (ejemplo que puso mercedes de Adriana Ugarte quien exponía «El faro de mi vida es mi terapeuta, que me está enseñando lo que es ser feliz»)

También es importante tener en cuenta que nadie puede escapar de situaciones dolorosas. Hay que aceptar que el dolor forma parte de la vida, por lo tanto, el objetivo no es evitar el dolor sino aprender de él. Si se aprende a manejar el dolor, éste nos transforma y permite superar dificultades.

Pasos:

  1. Ser consciente del malestar.
  2. Estar receptivo a recibir ayuda. Entender que cuando se está mal es cuando necesitamos de los demás.
  3. Compartir el dolor.
  4. Aceptar que el dolor forma parte de la vida.