15 February 2022  /  María Arévalo

Seguro que, en algún momento, has visto a alguien pasar por una situación difícil y dura y te has preguntado ¿Cómo puede sacar fuerzas con lo que le ha pasado? O te has dicho “Si me hubiera pasado a mí creo que no levanto cabeza”. Esas palabras reflejan la admiración que sientes hacia esa persona por su capacidad de lucha y la fuerza que ha demostrado ante la adversidad. Seguro que ahora mismo tienes a alguien en mente… Pues bien, hay que decir que esa persona en la que estás pensando es una persona INTELIGENTE, pero no hablamos de la inteligencia que hace referencia al cociente intelectual, sino a la inteligencia emocional. 

Ambos tipos de inteligencia son importantes, pero bajo mi punto de vista, la emocional mucho más porque una inteligencia emocional alta está vinculada al éxito en todas las áreas de nuestra vida. Así lo reflejan numerosos estudios y una frase de Daniel Goleman “La inteligencia emocional representa el 80% del éxito en la vida”.

¿QUÉ ES LA INTELIGENCIA EMOCIONAL?

Es la capacidad de enfrentarse a las circunstancias estresantes y difíciles del día a día. Por lo tanto, la persona inteligente emocionalmente es aquella que:

  • Conoce sus emociones
  • Sabe gestionarlas
  • Se motiva a sí misma
  • Y reconoce las emociones de los demás
  • Lo que le ayuda a establecer vínculos sanos con las personas

Hay que señalar que cada persona gestiona sus emociones de forma distinta, por eso hay personas que son más inteligentes emocionalmente que otras, y alguien se estará preguntando ¿Y cómo se si soy inteligente emocionalmente? Y si no lo soy, ¿Puedo trabajarlo? En relación a la última pregunta tengo que decir que: Sí, que la inteligencia emocional es una habilidad que se puede entrenar, pero antes de nada vamos a comprobar si eres una persona con alta o baja inteligencia emocional.

CARACTERÍSTICAS DE LAS PERSONAS EMOCIONALMENTE INTELIGENTES

  1. Se conocen a sí mismas: son personas que conocen y aceptan tanto sus fortalezas como sus debilidades. Se analizan mucho y lo hacen muy bien. Son justas con ellas mismas (tanto en lo bueno como en lo malo), y han aprendido a valorarse a sí mismas, con lo cual no esperan ni necesitan la aprobación de los demás. 

Esto hace que no les afecte excesivamente el rechazo de los otros, por lo que la probabilidad de desarrollar dependencia emocional hacia otra persona se reduce muchísimo. 

    1. Saben reconocer sus emociones: qué sienten exactamente (le ponen nombre), qué ha provocado esa emoción y cuál es su significado.
    2. Saben expresar sus emociones (tanto las positivas como las negativas), no sienten vergüenza a la hora de hacerlo, ni intentan evitarlo.
    3. Son empáticas: tienen facilidad para entender cómo se sienten los que están a su alrededor, así como sus pensamientos, sus conductas y el porqué de esos sentimientos y conductas. Conectan rápido con los demás y hacen que las otras personas se sientan agusto y cómodas. Suelen tener impacto e influencia positiva sobre los demás motivándolos para alcanzar sus objetivos.
    4. Se adaptan a los cambios: generalmente los cambios dan miedo, a las personas inteligentes emocionalmente también, pero se adaptan rápido a la nueva situación y no pierden los nervios en una situación problemática o inesperada para ellas.
    5. Toleran bien la frustración: No buscan el placer inmediato. Tienen paciencia y son capaces de retrasar la recompensa.
  • Los comentarios negativos u ofensivos no les afectan.
  1. Son proactivas: toman la iniciativa y con ello el control de la situación, lo que les permite afrontar los problemas y mejorar las circunstancias con la finalidad de conseguir sus objetivos a largo plazo. Intentan superarse continuamente.
  2. Aceptan lo que está y lo que no está bajo su control: identifican muy bien lo que depende de ellos y lo que no. Las personas que intentan controlarlo todo (todo es todo, incluso lo que no está en su mano) viven con ansiedad crónica y con un sentimiento de frustración constante.
  3. Saben decir no: saben cómo y cuándo decir “no”. Tienen tacto a la hora de decirlo para que no genere sufrimiento ni en ellas ni en las otras personas. 
  4. No son personas tóxicas: se enfocan en lo positivo de la vida y se acercan a aquello que les haga crecer como personas, por lo que se alejan (sin dudarlo) de personas y comportamientos tóxicos. No suelen ser personas controladoras, posesivas o manipuladoras.
  5. Saben cuándo parar: conocen la importancia de la estabilidad mental. Conocen sus propios límites y cuando hay riesgo de sobrepasarlos no dudan en echar el freno y recargar pilas.

 

¿COMO SE PUEDE ENTRENAR Y POTENCIAR ESTA DIMENSIÓN?

 

    • Evita ver las crisis como problemas insuperables: lo primero es tener claro que NO podemos cambiar las circunstancias externas, pero SÍ podemos controlar la reacción que tenemos ante esas circunstancias.
    • Acepta los cambios: aceptar que la vida se encuentra en constante cambio nos lleva a entender que no podemos controlarlo todo. Este planteamiento hará que dejemos de preocuparnos por lo que no se puede cambiar y que centremos los esfuerzos en aquello que sí podemos cambiar.
    • Establece objetivos pequeños y realistas: la suma de esos pequeños objetivos dará lugar a proyectos. También es importante no formar expectativas altas sino ser realista en todo momento.
    • Estar dispuesto a pasarlo mal: No huyas de los problemas ni de los sentimientos negativos. Experimentarlos forma parte del crecimiento personal y es necesario para la búsqueda de soluciones.
    • No caer en el victimismo: hay personas que se han acostumbrado a moverse en el victimismo y en la queja. Esta dinámica no es sana.
  • Cuídate tanto física como psicológicamente.

Como se ha dicho anteriormente, la inteligencia emocional se puede entrenar, pero el cambio no ocurre de la noche a la mañana, realmente es un proceso que dura toda la vida.

 

Cuento

«Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas, la planta de bambú crece … ¡más de treinta metros!

– ¿Tarda sólo seis semanas en crecer?

– ¡No! La verdad es que se toma siete años para crecer y seis semanas para desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú genera un complejo sistema de raíces que le permiten sostener el crecimiento que vendrá después.

En la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo. Quizá por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados a corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente de que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado.»